Racismo, clasismo, elitismo, machismo, discriminación: temas tabúes en República Dominicana, tratados como asuntos inferiores, por arribita o sencillamente silenciados. Pero son una realidad que ha marcado y marca, a fuego y a diario, la vida de la gente en un país cuya inmensa mayoría es pueblo trabajador, descendiente de ancestros africanos y caribes, de origen en campos y barrios, sobrino de algún emigrante, y cuya mitad es población femenina.
Cuando las cosas son así, esta realidad imperante -a la que no se puede mencionar ni tocar, solo obedecer- te condena a ser persona de segunda o de tercera. A no tener acceso a los estudios y el trabajo que mereces. A salarios pobres y reglas inhumanas. A ser sobreexplotado. A que la policía te mate, que te abusen, a no estar donde te has ganado. A ser maltratada, acosada, humillada, violada, golpeada o asesinada. A que tu hijito se muera por falta de medicinas. Y que nadie haga nada.
El cuerpo propio se convierte en territorio que no te pertenece. Mucho menos tienes el derecho real a decidir sobre nada importante en la sociedad. Solo aplaudir y bajar la cabeza, esperando un golpe de suerte.
La autoestima y el amor propio son fundamentales, para una persona como para un pueblo. Por igual la autonomía y la soberanía. Sin ello, no puedes tener una vida sana ni desarrollarte a plenitud. Cuando te aplastan la autoestima, la identidad y la autonomía, te están forzando a someterte, a no ser tú mismo, a vivir en la servidumbre y no en la libertad. Vivir muriendo.
Por ello, cada mujer y cada hombre que está poniendo de su parte para que esto cambie, colocando sobre la mesa los temas de identidad y del valor personal, con valentía, perdiendo el miedo, con agudeza y criticidad, perdiendo la ingenuidad y la autocensura, con voluntad de cambio, está recuperando su vida y haciendo ciudadanía por un país mejor.
No son asuntos “de cada quien”, ni superficiales ni por moda. El feminismo, como la lucha antirracista, enseñaron al mundo que lo privado y lo personal es político, histórico y trascendente. Se trata de defender derechos individuales, sí, ¡claro! pero es más que eso, en una sociedad donde solo unos pocos llegan a valer como individuos. Esta lucha cuestiona y replantea cómo se distribuyen el poder, la dignidad, la valía y los derechos en una sociedad profundamente excluyente y desigual.
Esta gesta nos lleva a no aceptar más dolor e injusticias como algo a lo que solo queda resignarse. Y nos señala que todos valemos lo mismo. Es, por tanto – si hablamos de “política”- pedagogía política pura, construyendo -desde abajo, en el imaginario y las emociones- una nueva apreciación de nuestra gente sobre sí misma y un nuevo horizonte de vida social. Es un acto liberador.
Cuando en una sociedad los derechos que están escritos sólo los pueden disfrutar algunos, en lugar de todos y todas, no son derechos: son privilegios. Y una sociedad organizada en privilegios está condenada al abuso y el sufrimiento.
Los cambios en la Historia se producen cuando una mayoría se decide a cambiar privilegios por derechos. Nunca ha sido un regalo ni una concesión, siempre será una conquista. Cada cierto tiempo llega el momento de decir “BASTA”. Entonces toca hacer posible la convivencia humana, la dignidad, la equidad y la paz; hacer posible la felicidad en lugar de la amargura. “Ser justos es lo primero, si queréis ser felices”, dejó dicho el Padre de la dominicanidad.
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