Se clava en la
retina de manera desgarradora. La molesta realidad queda impregnada en
todas y cada una de las tonalidades de una instantánea que muestra la
más miserable realidad que puebla este mundo. Mientras a este lado de la
realidad, las copiosas y pantagruélicas celebraciones centran todas las
miradas, la otra cara de la moneda, la que nadie quiere ver, la
protagonizan gentes como Rahama Haruna.
A sus 19 años, esta joven nigeriana, sobrevive en una palangana.
Más bien malvive. Y a pesar de que la miseria se ha pegado a su cuerpo a
lo largo de toda su vida, ella se siente «afortunada». Afortunada por estar viva. Sin mayores aspiraciones.
La incómoda instantánea la firma Sani Maikatanga, un fotógrafo freelance de
una ciudad de Nigeria, que se topó de bruces con la cruda realidad que
formaba el trasfondo de una ya de por sí triste estampa. Tras ser
contactado por Alhaji Ibrahim M. Jirgi -un hombre de negocios y antiguo
corresponsal de la BBC- Maikatanga se fue a cubrir un evento bastante
poco habitual en esto que hacemos llamar primer mundo. Se trataba de la
entrega de un regalo. Frecuente la forma, no el fondo. Y es que este
presente no era más que una silla de ruedas para la pobre chica de la
palangana. Un acto con el que el antiguo corresponsal de la BBC
pretendía dar a conocer la historia de superación de Rahama Haruna.
Con la silla de ruedas, el hermano de la joven -de tan solo 14 años- podría mejorar su día a día, centrado en
cargar sobre la cabeza el pequeño habitáculo en el que vive la joven,
durante los 25 kilómetros que separan su casa en Warawa del centro de
la ciudad de Kano, donde Haruna se gana la vida pidiendo limosna.
Decidido a dar a conocer la historia, el fotógrafo
colgó las imágenes en su cuenta de Facebook. Poco a poco comenzaron a
llegar decenas de mensajes y ofertas de ciudadanos de todo el mundo
dispuestos a prestar su ayuda a la olvidada Rahama. La que la medicina
de aquel recóndito lugar no pudo -o no quiso curar-, y es que tras
consultar con varios curanderos, la familia de la joven se vio obligada a
resignarse a una vida sin cuerpo. «He aprendido a crecer sin amigos en
la vida. Mi familia son los únicos amigos que tengo.
Me llevó mucho
tiempo comprender que no todas las personas son iguales. No me importa.
Me considero afortunada de estar viva», son las palabras con las que
Rahama termina de remover las conciencias
consumistas de este lado del
mundo
Fuente: lavozdegalicia.es
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