La carencia de los ácidos grasos omega-3 en la dieta occidental propicia depresión y agresividad
Investigaciones realizadas con personal recluso y alcohólicos violentos han descubierto que un déficit en ácidos graso omega-3 propicia el surgimiento de comportamientos agresivos, depresión, suicidios y violencia. Los ácidos grasos omega-3, que consumimos sobre todo con el pescado, propician óptimas conexiones neuronales, pero su consumo se ha reducido considerablemente en la dieta de los países desarrollados como consecuencia de los hábitos de vida.
A cambio, ha subido el consumo de otros ácidos grasos que impiden conexiones neuronales apropiadas. Las dietas modernas podrían estar cambiando por tanto la arquitectura y el funcionamiento de nuestro cerebro, lo que explicaría en gran parte los niveles de violencia de la población occidental y señala asimismo que estas tendencias son reversibles con sólo un cambio en la dieta diaria.
Las conductas agresivas podrían tener parte de su origen en una dieta inapropiada, según investigaciones de las que se hace eco The Guardian. Diversas pruebas clínicas realizadas en el Reino Unido y en Estados Unidos han demostrado que la deficiencia nutricional de ácidos grasos omega 3 propicia comportamientos violentos y depresión y que, por el contrario, prisioneros sometidos a un cambio en su alimentación en la que se incluyeron estos ácidos variaron notablemente sus conductas, volviéndose menos agresivos.
Los ácidos grasos omega-3 se encuentran en los pescados azules, el lino o las semillas de calabaza, los cañamones o las nueces, entre otros alimentos. Anteriores investigaciones habían demostrado que el consumo en grandes cantidades de estos ácidos grasos aumenta el tiempo de coagulación de la sangre –evitando las enfermedades cardiovasculares- y tiene efectos beneficiosos sobre el cerebro, disminuyendo los efectos de la depresión e incluso el rendimiento intelectual de niños en edad escolar.
Ahora, los especialistas señalan además que los desórdenes agresivos y depresivos podrían verse aumentados por las deficiencias nutricionales en ácidos grasos omega-3. En concreto, expertos como Joseph Hibbeln, del National Institute on Alcohol Abuse and Alcoholism de Bethesda, en Estados Unidos, escriben en un artículo publicado en la International Review of Psychiatry, que las deficiencias tempranas de ácido eicosapentaenoico (EPA) y ácido docosahexanoico (tipos de ácidos grasos omega-3), podrían disminuir los niveles de serotonina del cerebro en periodos críticos del desarrollo neurológico, provocando una evolución deficiente de los sistemas de neurotransmisión cerebrales, y limitando el funcionamiento óptimo del sistema límbico y del córtex frontal del cerebro.
Identificar los nutrientes
Los efectos de estas carencias pueden manifestarse en el comportamiento, con actitudes agresivas y hostiles e incapacidad de controlar el estrés y la violencia en la edad adulta. Esta situación sería en parte reversible si se aumenta el consumo de dichos ácidos grasos.
A pesar de que la Organización Mundial de la Salud publicó el año pasado que, en 2020, los desórdenes neuropsiquiátricos supondrían el 14% del total de las enfermedades mundiales, la relación de la nutrición con los desórdenes psiquiátricos ha sido aún poco estudiada, señalan Hibbeln y sus colegas.
La identificación de los nutrientes que podrían ayudar en el tratamiento de tendencias agresivas o depresivas resulta extremadamente útil gracias a su bajo coste y a su potencial aplicación global. Los ácidos grasos omega-3 (en especial el EPA y el DHA) se concentran selectivamente en el cerebro y pueden alterar los procesos neuroquímicos de ciertas enfermedades psiquiátricas graves. Su carencia puede potenciar la agresividad, una lacra social cada vez mayor en Occidente, donde, según los investigadores, nuestra dieta quizá carezca en exceso de este tipo de ácidos grasos.
Presos menos agresivos
Los ácidos grasos omega-3 se encuentran en los pescados azules, el lino o las semillas de calabaza, los cañamones o las nueces, entre otros alimentos. Anteriores investigaciones habían demostrado que el consumo en grandes cantidades de estos ácidos grasos aumenta el tiempo de coagulación de la sangre –evitando las enfermedades cardiovasculares- y tiene efectos beneficiosos sobre el cerebro, disminuyendo los efectos de la depresión e incluso el rendimiento intelectual de niños en edad escolar.
Ahora, los especialistas señalan además que los desórdenes agresivos y depresivos podrían verse aumentados por las deficiencias nutricionales en ácidos grasos omega-3. En concreto, expertos como Joseph Hibbeln, del National Institute on Alcohol Abuse and Alcoholism de Bethesda, en Estados Unidos, escriben en un artículo publicado en la International Review of Psychiatry, que las deficiencias tempranas de ácido eicosapentaenoico (EPA) y ácido docosahexanoico (tipos de ácidos grasos omega-3), podrían disminuir los niveles de serotonina del cerebro en periodos críticos del desarrollo neurológico, provocando una evolución deficiente de los sistemas de neurotransmisión cerebrales, y limitando el funcionamiento óptimo del sistema límbico y del córtex frontal del cerebro.
Identificar los nutrientes
Los efectos de estas carencias pueden manifestarse en el comportamiento, con actitudes agresivas y hostiles e incapacidad de controlar el estrés y la violencia en la edad adulta. Esta situación sería en parte reversible si se aumenta el consumo de dichos ácidos grasos.
A pesar de que la Organización Mundial de la Salud publicó el año pasado que, en 2020, los desórdenes neuropsiquiátricos supondrían el 14% del total de las enfermedades mundiales, la relación de la nutrición con los desórdenes psiquiátricos ha sido aún poco estudiada, señalan Hibbeln y sus colegas.
La identificación de los nutrientes que podrían ayudar en el tratamiento de tendencias agresivas o depresivas resulta extremadamente útil gracias a su bajo coste y a su potencial aplicación global. Los ácidos grasos omega-3 (en especial el EPA y el DHA) se concentran selectivamente en el cerebro y pueden alterar los procesos neuroquímicos de ciertas enfermedades psiquiátricas graves. Su carencia puede potenciar la agresividad, una lacra social cada vez mayor en Occidente, donde, según los investigadores, nuestra dieta quizá carezca en exceso de este tipo de ácidos grasos.
Presos menos agresivos
Las investigaciones realizadas en Estados Unidos y el Reino Unido se hicieron con delincuentes que fueron sometidos a un cambio en su dieta con el fin de comprobar si los nutrientes que consumían podían tener alguna relación con sus actitudes agresivas.
Investigadores del National Institute on Alcohol Abuse and Alcoholism, que forma parte del National Institute of Health norteamericano, pusieron anuncios para alcohólicos agresivos en el Washington Post en el año 2001.
Unos 80 voluntarios acudieron a la llamada, se sometieron a un periodo de desintoxicación de tres semanas, y después a la mitad de ellos –elegida aleatoriamente- se le suministraron dos gramos al día de ácidos grasos omega-3 (EPA y DHA) durante tres meses, mientras que al resto se les dieron placebos. Esta prueba, casi terminada, ha demostrado que los voluntarios que realmente tomaron los ácidos grasos esenciales cambiaron de actitud en mayor medida que los que consumieron el placebo.
Otro estudio piloto con 30 pacientes con comportamientos violentos había demostrado anteriormente que gracias al consumo de estos ácidos grasos dichos comportamientos se habían reducido en un tercio. Los resultados surgieron de las mediciones de los grados de hostilidad e irritabilidad de los voluntarios.
En el Reino Unido, otro estudio llevado a cabo en una prisión de alta seguridad para jóvenes delincuentes, demostró que los comportamientos violentos podían ser atribuibles, al menos en parte, a deficiencias nutricionales.
La prueba se realizó en la prisión de Aylesbury. En ella, se suministraron a 231 jóvenes presos multivitaminas, minerales y ácidos grasos esenciales, lo que provocó que el número de delitos violentos registrados dentro de la propia prisión disminuyera en un 37%. El resto de los delitos también se redujo en un 26%.
A raíz de estos descubrimientos, el gobierno alemán ha puesto en marcha un proyecto con el que intentará conocer el efecto de estos suplementos nutricionales en sus propios presos.
Efectos en el cerebro
Según las investigaciones realizadas, los efectos de estos nutrientes en nuestro cerebro pueden explicarse desde el punto de vista bioquímico y biofísico. Las deficiencias de las grasas esenciales que el cerebro necesita, así como de los nutrientes necesarios para metabolizarlas, origina una serie de problemas mentales que van desde la depresión hasta la agresividad.
Los ácidos grasos esenciales no pueden obtenerse más que consumiéndolos, porque el organismo humano no los elabora. Estos ácidos forman parte de la estructura cerebral, y suponen el 20% de las membranas de las células nerviosas. La sinapsis o enlaces de conexión entre las células nerviosas contienen una proporción mayor de ácidos grasos, con un 60% de ácidos grasos omega-3 DHA.
Por lo tanto, resulta esencial para que las señales entre las neuronas circulen de manera eficiente. Si no es así, los neurotransimores dejan de funcionar como debieran, con un aumento del riesgo de suicidio, depresión y de desarrollo de comportamientos violentos e impulsivos.
Dietas inadecuadas
Diferentes especialistas señalan al respecto que las dietas modernas podrían estar cambiando profundamente la arquitectura y el funcionamiento de nuestro cerebro. Durante el último siglo, los países desarrollados han reducido drásticamente el consumo de ácidos grasos omega-3, sobre todo porque ha aumentado el consumo de aceites industriales como el de la soja, el maíz y el girasol.
Hibbeln y sus colegas han estudiado el aumento en el consumo de otros ácidos grasos, los omega-6 de aceites de semilla en 38 países desde 1960, comparándolo con el aumento de las tasas de delitos violentos en el mismo periodo. Y en todos los casos el consumo de estos ácidos grasos, estaba relacionado con un ascenso progresivo de la tasa de homicidios.
Por el contrario, las sociedades en las que el consumo de ácidos omega-3 se ha mantenido más alto que el de los ácidos omega-6 porque la gente sigue comiendo pescado, como en Japón, las tasas de homicidios y depresión se mantienen bajas.
Evidentemente, la dieta no es la única causa del aumento de la violencia en Occidente, señalan los investigadores. Sin embargo, conviene tener en cuenta que sí podría tener cierta influencia. Pruebas en los laboratorios del National Institute of Health demostraron asimismo que la composición de las membranas de las células nerviosas del cerebro de personas de Estados Unidos era diferente a la de personas japonesas, que consumen más ácidos grasos omega-3.
Las membranas de las células nerviosas de los americanos contenían mayor cantidad de ácidos grasos omega-6, menos flexibles y, por lo tanto, menos propiciadores de las sinapsis, mientras que los japoneses tenían en sus membranas celulares mayor cantidad de ácidos grasos omega-3.
Por lo tanto, el cerebro también padece los efectos de la industrialización. Los cambios en nuestra dieta no sólo afectan a la salud del organismo, sino también a la mental.
Fuente: tendencias21.net
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