Continuamente nos sorprendemos saboteándonos, aunque
aparentemente en búsqueda de una mejor vivencia de nuestra sexualidad. Claro,
todos queremos tener tremendos encuentros sobre el colchón, al tiempo que ese
bienestar se traduzca en todas nuestras áreas de vida. Pero es muy frecuente
que de pronto en esa instalación de técnicas amatorias nuevas, posturas,
juguetes, masajes, toques exclusivos a puntos erógenos prometedores y cuanta
‘receta’ –que supone ser la panacea- se nos cruce, comencemos a sentir que
hemos complicado nuestras dinámicas. En ocasiones terminamos por pensar ‘Tan
fácil que era antes tenderme en la cama y tener sexo de principiante’.
Porque cuantos más aspectos hemos integrado, más compleja es
nuestra visión y por lo tanto nuestras expectativas. Cuando los resultados
extra orgásmicos no surgen o incluso se llega a discusiones con la pareja
porque hay frustración ante los retos que nuestras nuevas conductas nos
plantean, terminamos por pensar que algo está funcionando mal en nosotros. ¿Por
qué no podemos terminar con el ojo de huevo cocido, plenos de placer?
Simple, porque la base no está en la estrategia o en la
fabulosa fórmula del lubricante o la posición sexual sino en nuestra presencia
consciente. ¿Qué es eso? De nuevo, simple: Saber estar ahí. La mente
pareciera nuestra peor enemiga. Porque cuando ella no se calla, cuando le
permitimos que dirija nuestros encuentros sexuales, nuestro cuerpo se verá
disminuido en su capacidad sensorial. Se mantendrá dominado por el juicio y las
‘sugerencias’ que la mente esté dictando a la velocidad del pensamiento.
Desconexión total.
Si la mente se mantiene en este monólogo loco, tratando de
deducir casi científicamente cada estímulo, no habrá manera. Las artes
amatorias y las técnicas no son recetas de paso a paso, no son medibles ni son
hechos sino posibilidades. Porque cada sexualidad es un universo y exige
adaptabilidad, tropicalización al mapa que cada uno posee sobre sus reflejos y
necesidades eróticas y emocionales. TIENES QUE DEJAR DE PENSAR Y EMPEZAR A
SENTIR.
Permitan que la mente silencie su análisis. Sin
embargo, ahí nos veo, bien trepados en la excitación, con todo ese coctel
químico instándonos a conectar con nuestro amante. Decididos a experimentar
algo nuevo -situación u objeto de deseo- pero ‘Mente’ ya te advirtió que hay
que temer, o hay que sentirse juzgado; o no es correcto, o ¿qué tal? Debes
estar mentalmente presente para controlar que salga bien, que certificas que
estás aplicándolo correctamente. Incluso, estás repasando en tu cabeza cómo
debías colocarte o estimular. Y obvio, nuevamente piensas que –por favor- sea
lo que esperas.
Entonces, claro, no sucederá esa oleada de placer y de sentidos conectados. Porque no estuviste ahí, tu cuerpo estaba supuestamente dando y recibiendo estímulos pero, dónde está tu mente, ahí estás tú.
Entonces, claro, no sucederá esa oleada de placer y de sentidos conectados. Porque no estuviste ahí, tu cuerpo estaba supuestamente dando y recibiendo estímulos pero, dónde está tu mente, ahí estás tú.
El juicio, el miedo,
la duda, son como un virus, se instala, se hace resistente, se adapta y muta
hasta crear realidades. Y cuanto más permitas que la mente actúe, menos
sentirás, menos lograrás conectar con tu amante.
El equilibrio entre el mapa de cada uno, aunados a las
expectativas mutuas, surgirá cuando en verdad sientan. Cuando sepan estar ahí,
cuando sepan estar juntos. Presentes, ambos. Y, si lo piensas un poco más
(fuera de la cama, ahí no hay que pensar ni ponerse de analista freudiano), eso
sucede en cualquier área de vida donde buscas equilibrio. Dices estar en tu
oficina al 100, o en tu área de estudio, comiendo o con tus hijos. Pero no
estás. Porque la mente sigue bloqueando, llevándote a estados de pasado o de
futuro. Aprende a estar. Respira, y ‘técnica’ que puedes aplicar en cualquier
momento para ‘estar’: siente. Voltea a sentir tu cuerpo. ¿Dónde estás? Siente
tu espalda, tus pies, tu cuero cabelludo. Eso te regresa al aquí. Y estás. Ojo,
no pienses qué estás sintiendo, siente.
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